Poblamiento, Orígenes e Institucionalidad de los Asentamientos Humanos
de Norte de Santander en la Constitución del Territorio Departamental
Por:
Silvano Pabón Villamizar
Historiador UIS
1. INTRODUCCIÓN
El poblamiento del actual territorio de Norte de
Santander puede definirse a partir de la comprensión de cinco grandes “momentos”, explicados con unas
categorías jurídicas adecuadas para cada uno de ellos, según se conceptuaron y
verificaron administrativamente los distintos asentamientos coloniales y modernos.
En principio se toma en cuenta el gran proyecto de los españoles a la hora de
afrontar la empresa de conquista en estas partes, es decir, la ocupación del
territorio ancestral prehispánico, acción trazada como el “proyecto de ganar la
tierra para gobernarla en razón y con justo título”[1]. Esos proyectos de
conquista, capitulados y concertados bajo una triple y mixta condición
jurídica, en tanto surgían de la iniciativa privada, financiados con capital
privado, pero legalizados y legitimados con el Poder Soberano del Rey a través
de las capitulaciones, y realizados bajo la estructura militar de sus huestes.
Es necesario entonces dar una mirada a
los primeros tiempos del período hispánico (siglo XVI), a la
institucionalización de la doctrina y pueblos de indios (siglo XVII), al
crecimiento poblacional de blancos y mestizos que dieron origen a las erecciones
parroquiales del Siglo XVIII y principios del XIX, y por último a los procesos
de poblamientos tardíos, tanto decimonónicos como contemporáneos o del siglo XX.
Veremos entonces cómo sobre los
territorios de las naciones étnicas o pueblos prehispánicos se fundaron las
ciudades de Pamplona de Indias en 1549, Ocaña en 1570, Salazar de las Palmas en
1583 y San Faustino de los Ríos en 1662, creando cada una de ellas una
jurisdicción y unidad territorial. A este movimiento fundacional que tiene como
actores a las huestes españolas que realizaron las conquistas llamaremos
“momento de las ciudades”.
Luego, fundadas las ciudades y
establecidos los derechos de vecindad, así como la demarcación de sus
jurisdicciones, se debieron poblar
las distintas comunidades indígenas encomendadas en “pueblos como los de
España”, asignándoles sus tierras de resguardo y erigiendo doctrinas de
naturales; con ello se constituyó la llamada “república de los indios”. Se poblaron pueblos como Silos, Chopo,
Labateca, Aspasica, Chinácota y Cúcuta, entre otros; poblamiento que llamaremos
“momento de los pueblos” y corresponde básicamente al siglo XVII y tiene como
actores a los indios.
Un tercer momento poblacional corresponde
a las erecciones parroquiales, el “movimiento parroquial granadino”, dado en
respuesta a la necesidad de establecer una unidad poblacional y territorialidad
jurídica a las comunidades campesinas de blancos y mestizos que se asentaban en
los valles fértiles aledaños a los pueblos de indios. En este poblamiento
vieron la luz parroquias como San Joseph del Guasimal en 1734, Nuestra Señora
del Rosario en 1761, Sagrado Corazón de Bochalema en 1757, Santa Bárbara del
Llano de la Cruz en 1807 (hoy Abrego), entre otras; poblamiento que representa
el “momento de las parroquias”. Como
puede verse corresponde al siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX y sus
actores fueron los feligresados no indígenas agregados a las doctrinas indias.
El siglo XIX trajo vientos de progreso y diversificación
económica, en especial con el establecimiento de la producción y exportación de
café, iniciada en Villa de Rosario y San José de Cúcuta justo a comienzos de aquella
centuria. Se amplió la frontera agrícola en forma vertiginosa, originando la
creación de distritos como Galindo en 1864 (hoy Gramalote), San Calixto 1845, San Pedro (hoy Villa Caro) en 1857, Cáchira en 1866 y
La Playa de Belén en 1896; poblamiento al que llamaremos “momento
de los pueblos del café”, aunque no todos hayan tenido como motor para su
constitución el café.
Finalmente
veremos los pueblos contemporáneos constituidos en el siglo XX, formados a la
vera de un camino, a la luz del desarrollo comercial y de los transportes como
El Zulia (creado en 1959) y Los Patios o Puerto Santander. También puede
hablarse de los “pueblos del petróleo” como Tibú; o de pueblos constituidos en
virtud de la ampliación de la frontera agrícola lícita e ilícita de los últimos
años hacia el corazón del Catatumbo. Así pues, desarrollando cada uno de estos “momentos
del poblamiento”, con sus respectivas “categorías jurídicas del poblamiento”,
tendremos una versión moderna y comprensiva de los orígenes e institucionalidad
de los asentamientos humanos que componen el actual territorio
nortesantandereano; con ello podrán saber las generaciones presentes y
venideras cuál ha sido la génesis de cada uno de sus pueblos, podrán reconocer
su ancestralidad más profunda y así perfilarar mejor su horizonte identitario
como nortesantandereanos en este primer centenario.
1.
Naciones Étnicas de los
Andes Nororientales a la llegada de los Españoles, Siglo XVI
Los españoles reconocieron en el actual
territorio nortesantandereano dos grandes provincias o naciones étnicas, además
de innumerables behetrías o pueblos de selva en las zonas bajas o de tierra
caliente. Una, la provincia de los Chitareros, llamados así por portar asida a
su cintura una mochila de fique (chitara) con una vasija de calabazo con “vino
de la tierra” o chicha de maíz, bebida espirituosa parte de su alimento diario.
Se contaron más de cien pueblos o comunidades chitareras distintas en todos
estos valles de la Antigua Provincia de Pamplona, territorio conocido en
tiempos hispánicos tempranos como "Sierras Nevadas". Estos pueblos
chitareros de montaña habitaban una extensa franja desde las laderas de la
cuenca del río Chicamocha hasta buena parte del Táchira venezolano. Y la otra, los
pueblos Hacaritamas y Carates de la parte noroccidental, lo que sería la
extensa provincia de Ocaña. De hecho el poblamiento hispánico de esta parte del
país se realizó justamente con la fundación de los ciudades en el corazón de
cada una de estas grandes naciones étnicas; la ciudad de Pamplona de Indias
para encomendar e incorporar los pueblos chitareros y la ciudad de Ocaña para
hispanizar hacaritamas y carates, al tiempo que se garantizaba la ruta o
comunicación entre las ciudades extremas del Nuevo Reino con el río Magdalena y
su consecuente salida a Cartagena. De los chitareros se dijo:
"Es toda la gente de mediano
cuerpo, bien ajustados y de color como los demás Indios; vístense con mantas
como los del Reino, aunque viven los más por valles que declinan más a
calientes que a fríos; la gente pobre y que no hacían con oro con tener en sus
tierras muchas minas y buenas que después los españoles descubrieron, de donde
se ha sacado gran número de pesos de oro; los rescates de que estos Indios usan
es algodón y bija que es una semilla, de unos árboles como granados, de los
cuales hacen betún que parece almagre o bermellón, con que se pintan los
cuerpos y las mantas que traen vestidas; los mantenimientos que tienen son maíz
y panizo, yuca, batatas, raíces de apio (arracachas), fresoles y curíes -que
son unos animalejos como muy grandes ratones- venados y conejos; las frutas son
curas, guayabas, piñas, caimitos, uvas silvestres como las de España, guamas
-que es una fruta larga así como cañafístola, palmitos, miel de abejas criada
en árboles; las aves son pajuiles, que son unas aves del tamaño de pavas de
España; hay también pavas de la tierra, que son poco menores que los pajuiles,
papagayos, guacamayas de la suerte de papagayos..."[2]
Se asentaban en estos valles andinos diversas
y nutridas comunidades chitareras como Tapaguá, Arcabuzazo y Chicaguaos en la
cuenca del río Zulia; Chopo, Tegualaguache, Bochalema, Iscalá, Chinácota y
Cúcutas por el río Pamplona; Silos, Cáraba, Labateca y Bochagá por el río
Chitagá; Cania y Capacho por el río Táchira. Del mismo modo, pueblos
hacaritamas y carates como Brotaré, Teurama, Carasica, Carates y Tucuriama en
la zona de Ocaña, para sólo mencionar algunos ejemplos. A la llegada de los
españoles, estas comunidades se asentaban sin uniformidad urbanística alguna,
distribuyendo sus bohíos ampliamente en los valles y laderas, siguiendo el
curso de ríos, quebradas, o arroyuelos por donde corriera abundante agua, de
esta manera se conformaba una especia de vecindad veredal. Es decir, a pesar de
existir aglomeraciones de población, arriba de las 500 familias, nunca
establecieron un poblado o centro urbano declarado. Formaron asentamientos
dispersos, algunos, y seminucleados otros.
El territorio norte del actual
Departamento estaba ocupado por poblaciones de selva o tierra caliente en las
cuencas de los ríos como la nación Motilón-Barí y diversos pueblos de frontera;
comunidades reconocidas como parte del territorio de conquista desde los
cabildos establecidos en los valles andinos. Sobre estos pueblos se plantaron
las ciudades de Salazar de las Palmas y San Faustino de los Ríos, cuyos
cabildos intentaron la pacificación de naturales por vía de reducción y
conquistas que mantuvieron largos períodos de guerras indias, en especial
contra los antiguos motilones que solían impedir la navegación y el comercio
por el río Zulia en aquellos primeros tiempos de hispanización.
El actual territorio nortesantandereano,
fronterizo también en tiempos prehispánicos, fue una amplia zona de confluencia
étnica entre pueblos Chitareros de montaña y comunidades de selva como U’wa-Tunebo
al suroriente y Motilón-Barí al norte; así como con pueblos de otras
filiaciones u horizontes culturales que serán debidamente develados por los
estudios arqueológicos y etnohistóricos propios para cada localidad.
De hecho cada una de las localidades
nortesantandereanas cuenta con un patrimonio arqueológico que da cuenta de su
pasado indígena, con el cual soportan su cultura e identidad más profunda. Es
el caso de pueblos como Silos con su museo arqueológico Magará, donde reposan
valiosas piezas de la cultura chitarera, o la presencia de petroglifos en
Sardinata, Salazar, Santiago, Los Patios, Cucutilla y Teorama que representan
una excepcional riqueza en Arte Rupestre.
2. El Momento de las Ciudades: La Hispanización del Territoio, Siglo
XVI.
Las ciudades se consolidaban con el
evento de fundación de un
asentamiento de españoles, dando lugar a la mutación de las huestes de
conquista en cabildos para el ejercicio de la justicia y el gobierno civil. Los
actores eran los conquistadores, los españoles para el caso, la acción
ejecutada y protocolizada “la fundación
de una ciudad”, las ciudades se fundan. La categoría jurídica que explica
el proceso es el verbo “fundar”,
cuya acción se refrendaba con un acta en el sitio y momento de la fundación,
para posteriormente recibir aprobación oficial con una cédula del Rey que
titulaba ese asentamiento y su jurisdicción. La hueste de los capitanes Pedro
de Orsúa y Ortún Velasco protocolizó la fundación de la ciudad de Pamplona de
Indias el 2 de noviembre de 1549, integraron un cabildo para el gobierno y la
administración de justicia, al tiempo que dispusieron la legalidad para el
ejercicio de los derechos de conquista; tales como el repartimiento y
encomienda de las comunidades indígenas, el acceso a la tierra, a las minas y
los recursos para la implementación de la empresa individual de cada uno de los
vecinos de la ciudad. De hecho el concepto de ciudad corresponde más a un
territorio, a una jurisdicción, que a un asentamiento urbano, pues importaban
más los términos o linderos que la urbe en sí.
Poblamiento
de la Ciudad de Pamplona: El poblamiento hispánico del actual territorio del Nororiente
colombiano se proyectó desde la ciudad de Tunja con la hueste conquistadora de
los capitanes españoles Ortún Velasco y Pedro de Ursúa, expedición que culminó
con la fundación de la ciudad de Pamplona en noviembre 2 de 1549. Los soldados
convertidos en vecinos de la ciudad pacificaron y encomendaron unas cien
comunidades indígenas existentes en la extensa geografía que se puso bajo su
jurisdicción, comprendida, grosso modo, desde la cuenca del río Chicamocha
hasta las estribaciones de la cordillera de Mérida en la actual República de
Venezuela, donde se incluían de hecho los valles cálidos de Cúcuta, el Zulia y
Táchira[3].
Los capitanes Ortún Velasco
y Don Pedro de Ursúa comandantes de la campaña conquistadora de “Sierras
Nevadas”, antiguo territorio de los chitareros, después de unir sus huestes,
recorrieron la tierra "apuntando" algunos grupos nativos, mientras decidieron
poblar la hueste "por el día de Todos Santos"[4], en el sitio y valle en que
hoy se asienta la ciudad de Pamplona, razón muy segura por la cual el nombre
del valle de esta ciudad en un principio fue “valle de Todos los Santos” y no
valle del Espíritu Santo como hoy se le conoce y lo ha tratado la
historiografía tradicional. La Jurisdicción de la ciudad de Pamplona incluiría:
"Los
pueblos que servían a la ciudad de Málaga, en las provincias de Tequia, desde
los vados y pasos del Chicamocha, corriendo el río Sogamoso abajo, hasta la
ciénaga que llaman del Bachiller, atravesando a las Sierras del Nacuniste a los
brazos del Orma, hasta la Laguna de Maracaibo, y por Sierras Nevadas cuarenta
leguas adelante hasta el pueblo de Maracaibo y hasta dar con el nacimiento del
Apure"[5]
Los primeros pobladores se
vieron pronto reforzados por más soldados y unos cuantos hidalgos o
"hijosdalgos" transterrados del otro lado del océano, --justo cuando
se difundió la noticia por todo el Nuevo Reino del descubrimiento de muy buenas
minas de oro en los páramos de Pamplona--, quienes arribaron a la ciudad y
engrosaron el grupo inicial de pobladores, en procura de sustento y de
continuar sus andanzas u organizar sus vidas[6].
Fue de vital importancia
para este proceso poblador asegurar el mayor número posible de repartimientos
de indios, y el control efectivo en todo el vasto territorio, asegurar los
caminos y vías de comunicación con las ciudades vecinas y con sus encomiendas y
"aposentos". Así, Pamplona se convirtió paulatinamente en un fuerte,
base para la expansión hispánica en el territorio nororiental del Nuevo Reino y
en el actual Occidente venezolano. El Cabildo y autoridades de la ciudad de
Pamplona proyectaron arriesgadas y destacadas empresas de conquista, de las cuales
resultaron las fundaciones de la ciudad de Mérida en 1558, de la villa de San
Cristóbal en 1561, de la ciudad de Ocaña en 1570, de la ciudad y gobernación
del Espíritu Santo de La Grita en 1576 y de la ciudad de Salazar de las Palmas
en 1583; todas ellas con determinación, apoyo y participación de los
pamploneses, cuyo proceso muestra la ciudad de Pamplona como madre y “fundadora
de ciudades”, según suele llamársele.
Estas nuevas fundaciones
realizadas a partir de la ciudad de Pamplona tuvieron como pulsión y a la vez
como soporte económico, en sus primeros años, la minería en primer lugar y en
segundo lugar la producción agrícola y ganadera; actividades que atrajeron
mucha gente de todas partes y de todo tipo, que sirvieron de apoyo para las
campañas expansionistas hacia Mérida, San Cristóbal, Ocaña y Salazar, entre
otros avances sobre los territorios de frontera. Sin embargo debe considerarse
también que la expansión hispánica a partir de Pamplona se presenta como
resultado de la vocación aventurera y pobladora de los veteranos conquistadores
pamploneses. Vocación que persistió en el alma de muchos vecinos, y que llegó a
plasmarse en tres proyectos concretos: el del Capitán Juan Rodríguez Suárez,
fundador de la ciudad de Mérida, el del Capitán Francisco Fernández de
Contreras, fundador de la ciudad de Ocaña y el del Capitán Juan de Maldonado,
fundador de la villa de San Cristóbal. De Pamplona además, recibieron apoyo
fundamental los proyectos poblacionales de la ciudad y gobernación del Espíritu
Santo de La Grita, con el Capitán Francisco de Cáceres y el de Salazar de las
Palmas, con el Capitán Alonso Rangel; proyectos que contaron con financiación,
apoyo político y logístico de importantes grupos familiares pamploneses como
Los Velasco y los Rangel.
En el año de 1555 los
pamploneses recibieron del Rey de España su título de ciudad, su fundación fue
reconocida y su jurisdicción ratificada. Para entonces ya el Cabildo había
adjudicado unas cuantas estancias a vecinos no encomenderos y todo el
vecindario, cabezas de familia, alcanzaban los 75 hogares, sin contar las
personas que habitaban sus términos en calidad de estantes, residentes
temporales y pasantes o viajeros, como tampoco se contaban como vecinos los
indios del servicio transterrados de otros territorios como muiscas y guanes,
los cuales componían una masa poblacional importante, pues los españoles
siempre se hacían acompañar de un séquito de sirvientes e indios de carga. La
ciudad como municipalidad había fijado un sistema de precios, pesas y medidas,
tales como las tarifas para los obrajes de herrería, sastrería y demás
servicios o elementos de consumo. El Padre Alonso Velasco, primer beneficiado y
vicario de la Iglesia Mayor, había puesto a funcionar el primer molino harinero
de la ciudad, y el Cabildo había elevado pliego de peticiones a la Santa Sede y
las Cortes de España en procura de mercedes y concesiones en favor de la ciudad
y su Iglesia.
El Poblamiento de la Ciudad de Ocaña: El poblamiento de Ocaña
fue igualmente proyectado por el Cabildo de Pamplona bajo varias motivaciones,
y puesto en cabeza del Capitán Francisco Fernández de Contreras, vecino de
Pamplona. Este Capitán tuvo a su cargo varias campañas y exploraciones hacia el
Norte de la ciudad, procurando hallar una vía expedita como salida al mar, al
tiempo que velaba por la jurisdicción de la Audiencia de Santafé frente a la
Gobernación de Venezuela[7].
Ganar la tierra, sujetar
indios y descubrir minas eran proyectos que no descuidaban estos veteranos
conquistadores pamploneses. Las experiencias obtenidas con las campañas de
Mérida y San Cristóbal motivaban aún más esta idea, a medida en que se
consolidaba el poblamiento hispánico de Pamplona. La población aumentaba tanto
a nivel urbano como en los distritos mineros y aposentos blancos, se habían
conquistado y repartido las parcialidades indias de "las Arboledas y el
Zulia", se afianzaban los caminos a Tunja, Mérida, y las minas, así como a
cada uno de los repartimientos sujetos a la ciudad. Era el momento propicio para explorar y ganar
los territorios del Nor-occidente de la provincia.
El Cabildo de la ciudad de
Pamplona le confió al dicho Capitán el descubrimiento de minas por las
cordilleras que desde Pamplona enrumbaban hacia el Norte, y de paso la
posibilidad de hallar un camino al océano o "Mar del Norte" como se
le decía desde el Reino; minas que desde luego no encontró, pero sí halló entre
los naturales noticia de que el "Río Grande de la Magdalena" estaba
cerca, pues en su recorrido se había desviado hacia el noroccidente, pasándose
a la cuenca y llanuras del bajo Magdalena;
"donde estaba con la gente que con él estaba el
cual fue en descubrimiento del dicho río y ansí dio y aposentó en un pueblo de
yndios del Río Grande de la Magdalena que se dice CHINGALAE que es y haze en la
provincia de Tamalameque, pueblo de españoles desta gouernación donde el dicho
pueblo de Chingalae al de Tamalameque hay doce leguas el río abajo y dende el
dicho pueblo de Chingalae hasta la ciudad de Ocaña hay diez y seis
leguas"...[8]
Acababa de descubrir el
"Puerto de Ocaña, por donde Pamplona y la misma Ocaña realizarían su
floreciente comercio, estableciéndose así la ruta Pamplona-Ocaña- Cartagena y
viceversa; corría el año de 1570. El puerto que se había descubierto y fundado,
según lo sustentaba el Cabildo de Ocaña pocos años después de fundada la
ciudad:
"Era cosa que en ellos se había hecho notable
servicio a Dios nuestro Señor y a su Majestad Real por que se evitarían muchas muertes de los yndios naturales del
Río Grande de la Magdalena de los de la boga, lo cual se evitaría si se poblase
esta ciudad de Ocaña que agora está poblada por que en el dicho puerto sería la
descarga de la ropa que sube y va al Nuevo Reino de Granada"...[9].
Una vez asentada
provisionalmente la hueste en el Puerto el Capitán Fernández de Contreras
regresó a Pamplona para dar cuenta de lo actuado a la Audiencia con el objeto
de pedir licencia para fundar una ciudad o pueblo de blancos en aquel
territorio que acababa de descubrir, sustentando el proyecto y ventajas que
resultarían de abrir esa ruta al tiempo que se sujetarían las comunidades
indígenas allí existentes, ampliando el espacio hispánico en construcción.
La Audiencia de Santafé,
presidida por el Doctor Venero de Leyva, estudió la propuesta, y observando que
dicho territorio estaba adscrito jurisdiccionalmente a la Gobernación de Santa
Marta, remitió el proyecto y gestor del mismo ante Pedro Fernández de Bustos,
Gobernador de Santa Marta, quien le otorgó poderes y comisión a Fernández de
Contreras
"para poder poblar en nombre de su Majestad por
virtud de la dicha comisión el dicho Capitán Francisco Fernández pobló y
conquisto la tierra y ciudad, y a puesto los naturales de la provincia en los
soldados que le seguían y le ayudaron; a la cual ciudad de Ocaña se pobló como
es dicho por el dicho Capitán Francisco Fernández y por la orden y comisión de
Pedro Fernández de Bustos en el año de
setenta, al fin de, a que se pobló ocho años poco más o menos"[10].
Parece que el Cabildo de
Ocaña no tenía registro de la fecha exacta en que se protocolizó la fundación
de la ciudad, aunque redactan el informe en cuestión, el día 25 de Marzo de
1578. A la ciudad se le puso por nombre Ocaña por congraciar al gobernador
Fernández de Bustos, que era natural de "Ocaña en los Reinos de España",
pero su sucesor en el cargo, don Luis de Rojas Guzmán la hizo llamar
"Nueva Madrid"; luego al dejar éste el mando, se volvió a llamar
Ocaña y al territorio: "Provincia de Santa Ana"[11].
Los indios fueron
repartidos y encomendados entre los vecinos de la ciudad al tiempo que se
otorgaban estancias y se iniciaba la fundación de cañaduzales y haciendas para
el sustento de la población y el comercio. La ciudad no poseyó minas y su
vocación fue básicamente comercial y agroganadera. Los vecinos y encomenderos, en
su mayoría originarios de Pamplona formaron una estrecha y próspera alianza
comercial con los pamploneses, convirtiendo su ciudad en el puerto y paso
obligado de los cargamentos de mercaderías europeas hacia el interior y la
provincia de Pamplona, al tiempo que ésta sacaba sus productos agrícolas por
Ocaña, actividad mercantil que se comenzó en forma inmediata, pues en pocos
años los encomenderos y comerciantes pamploneses estaban sacando por Ocaña las
harinas, bizcocho, azúcar, mantas y todos los productos de la tierra que
hallaban su mercado en la costa y puertos del "Río Grande de la
Magdalena".
La Ciudad de Salazar de las Palmas: A la preocupación de los pamploneses por
asegurar el tránsito comercial hacia el río Zulia, desde cuyos puertos se descendía
en busca de la culata del lago de Maracaibo, se debe la fundación de la ciudad
de Salazar de las Palmas en 1583. Un año antes, el gobernador del Espíritu
Santo de la Grita (fundada en 1573), el capitán Francisco de Cáceres, había
encargado a su maestre de campo y vecino de Pamplona, el capitán Alonso Esteban
Rangel, la pacificación de los indios quiriquíes y motilones que estorbaban la
navegación por dicho río. Este presentó en la Real Audiencia unas
capitulaciones para la conquista y pacificación de estos indios, asegurando
además el camino hacia las minas auríferas de las bocas de Guira, las cuales
fueron aceptadas el 27 de febrero de 1583. Acompañado de una partida de
soldados, procedió entonces a fundar la ciudad en un sitio a propósito,
matizado por palmas, desempeñando durante toda su vida el oficio de alcalde
mayor. Conforme los términos de la capitulación, su hijo del mismo nombre
heredó este empleo. La escogencia del nombre de Salazar parece ser un homenaje
al oidor Pérez de Salazar, amigo y protector del gobernador Cáceres.
Según el cronista Fray Pedro Simón, la ciudad cambió varias
veces el lugar de su asiento, tratando de mejorar su control sobre indios
rebeldes y pasajeros del río Zulia. Por otra parte, el capitán Rangel también
descubrió un buen puerto en el río Zulia, consiguiendo el privilegio para
explotarlo por veinte años. Esta es la cita completa de Simón:
Aunque dejamos
tratado largo en muchas partes de nuestra primera de la laguna de Maracaibo y
cómo se navegó algún tiempo hasta la boca del río Zulia mientras los indios
quiriquires no la infestaron y estorbaron la boga y otras cosas que dejamos
dichas de estas conquistas, con todo eso falta por decir (que pertenece a este
lugar) como se pretendió por el de Pamplona, que no era a quien le cabía la
menor parte de estos daños, se atajaran pretendiendo allanar los quiriquires y
motilones que de la parte del poniente no eran de menor inconveniente. Y así,
entre los demás vecinos de aquella ciudad a quien le solicitaban, el que mejor
diligencia se dio para ponerlos en ejecución fue el capitán Alonso Esteban
Rangel, que era maese de campo del gobernador de La Grita, Francisco de
Cáceres. Y así el año de mil y quinientos y ochenta y dos se ofreció a
conquistar y pacificar las bocas de esta laguna, principalmente contra los
indios motilones y allanar el paso para las minas de oro de las Bocas de
Ceniza, de quien en tantas partes se ha hecho mención.
Puso sus
intentos en la Real Audiencia de Santafé, que habiéndose admitido y tomado
asiento y condiciones con que se había de hacer la conquista, que casi fueron
las que de ordinario se tomaron en tales descubrimientos, con que no nos
detendremos a declararlos en particular, se le despacharon recados en
veintisiete de febrero del año siguiente de mil y quinientos y ochenta y tres,
con los cuales y buena copia de soldados y otra gente de servicio, caballos y
pertrechos de guerra, todo a su costa, que fue una de las capitulaciones, entró
ese mismo año a la jornada. Y habiendo hecho algunos buenos efectos, pobló una
ciudad (que fue también una de las capitulaciones) en el mejor sitio y paraje
que le pareció, para frenar desde ella los indios que hacían el daño dicho y
había comenzado a conquistar a la banda del norte de la Pamplona, a quien llamó
Salazar de las Palmas por las muchas que había en el sitio donde se pobló. Fue
de ella alcalde mayor todo el resto de su vida, a quien le sucedió un hijo suyo
del mismo nombre que hoy goza de lo mismo por haberse hecho la merced por dos
vidas. Hase mudado la ciudad con deseo de mejorarse en sitio, en otras dos o
más partes. Los frutos de su país son crías de ganados mayores, pero el mayor
es de tabaco, por ser tierras calientes, caña dulce, algodón, maíz. Está a diez
o doce leguas de la ciudad de Pamplona al noroeste[12].
La ciudad de Salazar de las Palmas fue un proyecto poblacional
auspiciado por los pamploneses, por los vecinos de La Grita, y quizá con el
apoyo de la Villa de San Cristóbal; pues a los tres cabildos les interesaba
sobre manera la fortificación de la guerra contra las naciones indias de la
selva, aún no sometidas, especialmente los llamados motilones. Pero quizá
Pamplona era o fue la más beneficiada, pues con la fundación de Salazar de las
Palmas se allanó el camino real para la ciudad de Ocaña, indispensable para su
comercio y comunicación con Cartagena y los reinos de España, lo mismo que el
despeje y seguridad para la navegación por el río Zulia. Además se establecía
una mejor comunicación entre las ciudades de Mérida, La Grita y Villa de San Cristóbal
con Ocaña y Cartagena a través de los Llanos de Cúcuta y Salazar, sin necesidad
de acudir a los valles de Pamplona.
La ciudad de Salazar se hizo cargo de la reducción de los
pueblos del río Salazar, del río Peralonso y del mismo Zulia. Con esas comunidades
reducidas soportó la fuerza laboral que requirió para su proyecto empresarial
hispánico, y pronto se vieron crecientes hatos de ganado mayor, entables de
tabaco, caña `dulce para mieles y diversos frutos de pan coger. Ya en el siglo
XVII, por mandato real, debió poblar sus indios en un “pueblo a la usanza de
los pueblos de España” y erigir una doctrina formal, el pueblo de indios de
Santiago.
Fundación de San Faustino de los Ríos: Pese a todos los esfuerzos que
realizaban vecinos de Pamplona, Maracaibo, Las Grita, San Cristóbal e incluso
Mérida, la ruta de navegación por el río Zulia siempre se vio obstaculizada por
el temor a los indios flecheros que atacaban a los viajeros y bogas que por sus
aguas transitaban. Así las cosas, en uno de esos repetidos esfuerzos de
pacificación y reducción de los naturales de guerra, se propuso la fundación de
una nueva ciudad en las márgenes del río Zulia, al tenor de unas capitulaciones
firmadas en diciembre de 1639 por el Capitán Antonio de los Ríos Jimeno con el
presidente Sancho Girón. El Capitán Ríos Jimeno había sido autorizado
oficialmente para hacer la guerra a los indios jirajaras y chinatos que se
habían alzado, para lo cual usaba el título de “capitán de guerra” con licencia
para fundar una ciudad en la cual sería gobernador por dos vidas, pues al morir
pasaría el cargo a su hijo mayor.
Con el nombre de San Faustino de los Ríos fue fundada la ciudad
en la banda oriental del río Cúcuta, más abajo de las juntas de los ríos
Táchira y Pamplona (hoy Pamplonita) frente al cerro de Tasajero, posiblemente
el 15 de febrero de 1662. El Primer cabildo fue integrado por Francisco Chacón
de Torres como alcalde ordinario, Francisco de Alberto Negrón como alférez
mayor, Pedro Bueno de Escandón como procurador general, y Francisco Nieto
Benevente y Martín Alonso como regidores. Allí mismo se decidió que como el
Capitán Antonio de los Ríos Jimeno no tuvo hijos, el segundo gobernador después
de su fallecimiento sería Don Nicolás Gómez de Figuiroa. Empero, pese a semejantes
formalidades, el objetivo de la capitulación firmada no se verificaba
cabalmente, pues los indios de guerra seguían obstaculizando el normal tránsito
y navegación por el río Zulia.
San Faustino soportó los consuetudinarios y crónicos ataques de
los flecheros motilones, de tal suerte que el objeto de las capitulaciones y de
la misma fundación de esta ciudad no se verificaban en forma cierta. Por el
contrario, la ruta del río Zulia lograba perfilarse como una senda expedita
para el tránsito y comercio andino con Maracaibo, mientras recibía serias
críticas las facilidades que daba para el contrabando, en detrimento de las
Reales Cajas. En consecuencia, la jurisdicción de la Gobernación de San
Faustino de los Ríos fue considerada como “refugio de forajidos” y, en todo
caso, espacio jurisdiccional ajeno a la acción de los cabildos de las ciudades
de Pamplona y Mérida[13].
Sin embargo, de alguna manera la eficiencia militar española
sobre esta frontera de guerra parecía no surtir mayores frutos, la pacificación
de los “bárbaros motilones” no se verificaba. Como consecuencia de ello la
aparente prosperidad de la ciudad y sus habitantes se fue desmoronándose
paulatinamente a medida que avanzaba el siglo XVIII, a tal punto que para 1743
la ciudad estaba completamente en ruinas, abandonadas sus casas, enmontadas sus
calles y los pocos vecinos que quedaban vivían en constante zozobra por el
asedio de indios de guerra y bandidos de toda calaña.
Salió entonces
al rescate del proyecto poblador y pacificador de naturales no sometidos el
Capitán Buenaventura Flotas y Sepúlveda, quien con el apoyo de los cabildos de
San Cristóbal, Mérida y Pamplona intentó reconstruir la ciudad, fabricar el
templo mayor de ciudad, dotar las milicias, pero sobre todo asentar nuevos
estancieros y campesinos agricultores que dieran soporte a la plaza. Eso en
realidad no se concretó, aunque se hicieron grandes inversiones en obras
civiles y militares como edificios, murallones, garitas y en las obras del
templo. San Faustino de los Ríos fue poco a poco despoblándose, sus vecinos se
trasladaron a las vegas San José y Villa del Rosario hasta que finalmente
desapareció el cargo de gobernador y su cabildo. La ciudad ingresó al Siglo XIX
como una aldea o villorio venido a menos, aunque en algunos períodos se le
reconoció como distrito, en otros como aldea, hasta que finalmente hoy ya no
posee ninguna representatividad política ni administrativa como un modesto y
deprimido centro poblado rural de la ciudad de Cúcuta; y ya de su portentoso
origen como ciudad y gobernación imperial española nadie se acuerda.
3. El Momento de los Pueblos de Indios: Instauración de la
República de los Indios en el actual Norte de Santander a la luz de la política
indiana trazada por el Padre Las Casas
Se establecieron en aplicación de la
política indiana promulgada a partir de las Leyes Nuevas de 1542, en las cuales
se impuso la propuesta del Padre Fray Bartolomé de las Casas, O.P., de
congregar y poblar los naturales al margen de las fundaciones españolas. Los
pueblos o comunidades de indios se “poblaron
en pueblos” a la usanza de los de España, “dándoles traza para hacer plaza
y calles, donde habrían de vivir congregados y en policía para recibir la
doctrina y servir mejor a los encomenderos”. La categoría asignada es el verbo
“poblar”, en el entendido que los “pueblos se pueblan”. Los actores de
este poblamiento fueron los indios, a quienes se les devolvía la autoridad
étnica para que organizaran sus comunidades, usufructuaran adecuada y
provechosamente las tierras de los resguardos, administraran las rentas
colectivas y pagaran puntualmente sus tributos. En el territorio de la ciudad de
Pamplona el proceso de poblamiento de las comunidades indígenas y posterior
erección de las doctrinas inició a finales del Siglo XVI, 1583, con el primer
poblamiento de indios de la “Provincia de Chinácota” realizado por Melchor
Vázquez Campuzano, y se consolidó a mediados del Siglo XVII con el
afianzamiento de la doctrina y pueblo de indios de Cúcuta, poblado por el
Doctor Don Diego Carrasquilla Maldonado en 1641.
La política indiana
aplicada por la Corona Española en esta parte del Nuevo Reino de Granada deja
ver cómo las ciudades y sus cabildos fueron responsables de la consolidación,
sostenibilidad y desarrollo de las doctrinas de naturales en cada una de sus
jurisdicciones. Es así como se reconoce, por ejemplo, que para el año de 1623
se congregaron en términos de la ciudad de Pamplona 12 grandes pueblos de
indios con su consecuente erección en doctrina formal en los principales valles
fértiles del territorio. Éstas fueron: Chopo, Chinácota y Cúcuta (1641) por el
río Pamplona (hoy Pamplonita); Silos, Cácota de Velasco y Labateca por el río
Chitagá; Arboledas por el río Zulia; Guaca, Carcasí, Servitá, Cácota de Suratá
y Bucaramanga en el actual departamento de Santander; además de la llamada
doctrina de los páramos en Vetas, erigida para asistir y doctrinar los indios
mineros llevados a este distrito minero desde los pueblos de encomienda.
La ciudad de Salazar de las
Palmas instituyó el pueblo de indios de Santiago. En la ciudad de Ocaña se
poblaron a la usanza hispánica y erigieron como doctrinas formales los pueblos
de indios de Brotaré, Aspasica, Carasica, Pueblo Nuevo de Boquiní, La Loma de
González, Buenavista y El Palmar (hoy Hacarí), aunque estos últimos ya a
finales del Siglo XVIII. En términos de la ciudad de San Faustino de los Ríos
se erigió la doctrina de Limoncito de los Motilones, ya en los albores del
Siglo XIX, se localizaba en las vegas del río Zulia, en el actual corregimiento
de Buena Esperanza.
La mayor concentración de
población indígena encomendada a finales del siglo XVI se hallaba en la
Provincia de Pamplona, así que los esfuerzos por “poblar” sus pueblos de indios
se inició justo en el valle del río Pamplona con la confirmación de
poblamientos que hiciera el Capitán Alonso de Montalvo en 1586, quien “pobló y dio traza con plaza y calles” a
diversos asentamientos como Chopo, Bochalema y Chinácota. En el año de 1602
estos pueblos recibieron la asignación de tierras de resguardo por el Capitán
Don Antonio Beltrán de Guevara, corregidor de la ciudad de Tunja, sentando las
bases para la congregación y erección de las 12 grandes doctrinas que
finalmente estableció el Visitador Don Juan de Villabona y Zubieaurre en 1623
en toda la jurisdicción de la ciudad de Pamplona.
4. Movimiento Parroquial Granadino: El Momento de las Parroquias
Transcurridos unos 150 años después del
inicio de los poblamientos indios en “pueblos
como los de España” a finales del Siglo XVI y consolidados a principios del
XVII, se desarrolló y consolidó paulatinamente una creciente masa poblacional
de blancos y mestizos, además de variada población no indígena, que fueron
ocupando los valles fértiles del territorio, formando haciendas, estancias y
mejoras en inmediaciones de los pueblos de doctrina. Fue así como surgió la
necesidad de ordenar y dar vida jurídica a una serie de feligresados no
indígenas que crecían a expensas de los pueblos de indios, para lo cual se
erigieron múltiples parroquias diocesanas, en un movimiento poblacional
conocido como “movimiento parroquial granadino”. Surgieron entonces pujantes
parroquias como San José del Guasimal, en 1734, Nuestra Señora del Rosario, en
1774, erigidas en torno al pueblo de indios de Cúcuta; parroquia del Sagrado
Corazón de Bochalema, erigida en 1757, entre los pueblos de Chopo y Chinácota. La
parroquia de Nuestra Señora de las Angustias de Toledo, erigida en 1790 en
inmediaciones del pueblo de indios y doctrina de Labateca. Las parroquias de
San Cayetano y Santiago Apóstol fueron erigidas en un mismo expediente o
proceso canónico en 1773 y 1778 respectivamente. Como estas muchas parroquias
se erigieron en aquella época ya fuera a expensas de un pueblo de indios o de
una ciudad; es el caso de Santa Bárbara del Llano de la Cruz (Abrego) erigida a
expensasde la propia ciudad de Ocaña en 1807.
El movimiento de las
erecciones de parroquias estuvo a cargo de presbíteros seculares o diocesanos,
como medio de dar estatus político al pueblo del “Común” en crecimiento, que
habiéndose agregado originalmente a las doctrinas de los pueblos requerían una
entidad político-administrativa mínima para expresarse en
"civilidad". Los agentes de
este proceso fueron los presbíteros seculares y las élites de comerciantes y terratenientes
interesados en construir un escenario o espacio político local propio,
separándose de los indios y reivindicando su condición de simples agregados a
una doctrina. Querían éstos un cura propio y con ello la institucionalización
de un nuevo género de municipalidad, siguiendo desde luego como vecinos de la
ciudad matriz (ya fuera Pamplona, Salazar u Ocaña) y gobernados por su cabildo.
Redefiniendo
un poco lo anterior, para designar la institucionalización de estos nuevos
curatos de blancos y mestizos, como entes que materializaron la urbanización y
civilidad de los asentamientos rurales del campesinado no indígena, se usó el
verbo erigir; entendiendo de paso que el origen de las entidades
parroquiales secularizadas tuvieron una doble motivación: de una parte,
responder por las necesidades del "pasto espiritual" que requerían
las agregaciones campesinas de los distantes curatos de indios, proveyéndose de
un clérigo o cura párroco; y de otra parte, la creación de espacios públicos y
políticos en su comunidad. Este verbo también fue usado en ocasiones, al lado
del verbo fundar, especialmente cuando ciertas parroquias, las más solventes
como El Rosario y San Joseph de Guasimal quisieron adquirir o ascender al
estatus de villa, como de hecho lo lograron en 1792, cuando les fue conferido
el título de “muy nobles, valientes y
leales villas”.
Para la erección de
una parroquia se exigía desde el derecho canónico tridentino el cumplimiento de
unos requisitos por parte de los proponentes o feligresados aspirantes,
campesinos blancos y mestizos, quienes mediante una concertación y esfuerzos
mancomunados lograban surtir. Debían presentar una solicitud formal (proyecto)
firmada por todos, o por lo menos por los más notables, supieran firmar o no,
pues lo podían hacer a ruego. Aceptada la solicitud en el Tribunal Eclesiástico
debían conferir poder a un procurador de causas (abogado) para que llevara el
caso. Ese procurador se encargaría de presentar los documentos de rigor, tales
como: escritura hipotecaria de compromiso para garantizar la congrua y
sustentación del cura (unos 200 pesos de buen oro anuales), compromiso para la
construcción del templo parroquial y la casa para el cura, soporte de la
existencia de un terreno para asentar la parroquia con su templo y solares para
el casco urbano, escritura de fundación y dotación de las tres cofradías
(Santísimo, las Ánimas y el santo
patrón) con las que se garantizaría el mantenimiento del culto, padrón de
vecinos, definición de linderos y constancia de los curatos circundantes, entre
otros documentos. Una vez se surtían o verificaban cabalmente todos esos
requisitos se producía la aprobación canónica y el expediente pasaba para
titulación en la Real Audiencia, tribunal que preparaba el decreto de erección
parroquial que finalmente firmaba y expedía el Virrey, titulando ese
feligresado aspirante en parroquia formal.
Así las cosas,
mientras que las ciudades tuvieron como agentes las huestes conquistadoras, y
se les aplicaba genéricamente el verbo fundar, a los pueblos de indios o
doctrinas de naturales, cuyos agentes eran las comunidades prehispánicas
sometidas y encomendadas por los vecinos
de las ciudades, se les asignaba el verbo poblar; al movimiento poblacional
parroquial, que tuvo como artífices a los conglomerados blancos y mestizos
desarrollados en los valles fértiles de
la jurisdicción de la ciudad, bien avanzado el Siglo XVIII, se les definió como
proceso de erecciones parroquiales, empleando de hecho el verbo erigir.
5. Los Pueblos del Café:
Una vez consolidada la Independencia e
instaurado el régimen liberal republicano, los mercados y la economía del mundo
trazaron nuevos horizontes para estos territorios de frontera. Llega el café
como nuevo producto para el mercado y con él una nueva vocacionalidad económica.
Entra la actividad caficultora por la frontera venezolana, aún en tiempos
coloniales, y se consolida a partir de la década de los años 840’s, con el
establecimiento de las casas comerciales e inversoras extranjeras. Este cultivo
exigía la roturación de más y más tierras cada que la demanda crecía y su
industria se hacía más próspera, lo cual trajo como consecuencia inmediata una
vertiginosa ampliación de la frontera agrícola tradicional, apertura de nuevos
caminos y comercios, construcción de ferrocarriles, atracción de nuevos
pobladores o inmigrantes, y por supuesta el establecimiento de nuevos
asentamientos humanos en esas zonas recientemente colonizadas. Es así como
vienen a la luz pueblos cafeteros como Ragonvalia, Herrán, Durania y La Donjuana,
además de populosas veredas y caseríos rurales como El Diamante y Tescua en
Pamplonita, o Lauchema y Palogordo en Villa del Rosario, entre otros.
En la mitad sur y el oriente del actual departamento Norte de
Santander, en los territorios correspondientes a las cuencas de los ríos
Pamplonita y Zulia, se desarrollaron y proyectaron unos centros y sentidos del
crecimiento poblacional y ocupación e incorporación de nuevos espacios al
sistema productivo. A las viejas ciudades coloniales de Pamplona y Salazar de
las Palmas, líderes naturales del poblamiento y construcción de nuevos
espacios, se les sumaron florecientes asentamientos como San José de Cúcuta y
Chinácota, que desde sus plazas y mercados pulsaron la expansión de la frontera
agrícola y el crecimiento poblacional campesino a la luz de la creciente
agroindustria del café. Se constituyeron entonces, tanto San José de Cúcuta y
Chinácota como misma Salazar de las Palmas, en su centro, y Pamplona desde el
sur occidente, en los ejes pulsores del establecimiento cafetero en las
montañas de la cuenca del Zulia.
En el Siglo XVIII e incluso hasta la primera década del Siglo
XIX el cacao era el producto líder en los mercados regionales, con destino al
mercado mundial. A la luz del cacao surgieron todos estos pueblos de tierra
caliente como San Cayetano, San José de Cúcuta y Villa del Rosario. Sin
embargo, en las postrimerías del periodo colonial el cacao sufrió diversas
plagas de carácter fitosanitario y su economía decayó considerablemente, lo
cual obligó a los hacendados y campesinos productores a instrumental una
diversificación en sus cultivos, viniendo a la vida un producto muy oportuno,
valioso y rendidor: el café. Así vio el panorama socioeconómico de estos valles
el General Agustín Codazzi y su Comisión Corográfica, en torno a estos dos
productos y su mercado, año de 1850.
Hubo un tiempo en que las riberas del
Zulia, desde Santiago hasta más debajo de Limoncito, se hallaban sembradas de
cacaotales que por la abundancia de sus cosechas constituían la riqueza
privilegiada de los valles de Cúcuta; hoy todas las haciendas, excepto las
ribereñas de Táchira, están destruidas a causa de la mancha, enfermedad que
mata el fruto antes de sazonarse, y cuya procedencia no se ha podido descubrir
para combatirla. Pero no están cerradas por esto para los valles las puertas de
la prosperidad; quedándoles el cultivo del café, como compensación del ya
imposible del cacao. Los terrenos de la llanura de Chinácota y de las vagas
altas del Pamplonita, las pingües laderas de Salazar y Arboledas, y las no
menos favorecidas de Calderera, piden extensas plantaciones de cafetos que
rendirán cosechas abundantes de muy rico fruto. Aunque los valles de San José y
Cúcuta, extenuados tal vez por la producción de cacao, por haberlos fatigado
con una sola especie de cultivo, remunerarían sobradamente al agricultor, si
les confiara otras sementeras también valiosas para el consumo interior y para
la exportación a Maracaibo[14].
El café llegó en los últimos años del Siglo XVIII y compartió suelos
con el cacao en tierras de Villa del Rosario y Cúcuta. Evidencias documentales
muestran que, contradiciendo lo expuesto por la historiografía tradicional, el
café llegó y se desarrolló en primera instancia, no en Rubio, ni en Salazar,
sino en Villa del Rosario. Los primeros registros de cultivos a nivel de
inventarios agrícolas, así como de comercialización del grano, se dieron en
Villa del Rosario con productores muy avezados como Don Antonio Sánchez Osorio
y Don Pedro Chauveau, vecinos de esta Villa, quienes en sus haciendas, ahí
justo en las riberas del río Táchira, beneficiaban cacao y café simultáneamente
ya en 1803. Un crecido número de negocios, compraventas y créditos muestran que
el café era un producto muy boyante en estos valles en aquella primera década
del Siglo XIX, lo cual indica que los primeros entables debieron establecerse
en el siglo anterior.
El café no solo vino a reemplazar el cacao como producto de
exportación, se consolidó y de inmediato generó la colonización de nuevas
tierras, la ampliación de la frontera agrícola y con ello nuevos poblamientos
en el corazón de estas montañas, hasta entonces ignotas e incultas. ¿Pero qué
significó el café en términos del poblamiento y construcción de nuevos espacios
y asentamientos humanos a lo largo del Siglo XIX y primera parte del XX? ¿Qué
nuevos actores sociales entran o se configuran en este territorio a la luz de
la economía cafetera? ¿Qué implicaciones internacionales y a nivel de mercado
mundial se dieron a partir del establecimiento y desarrollo cafetero en estas
partes?
En términos espaciales o geográficos, entre las cuencas de
Pamplonita y Zulia se tejieron unos centros estratégicos que sirvieron de motor
y soporte para la expansión cafetera, dado que el café tenía connotaciones inminentemente
comerciales de carácter internacional. San José de Cúcuta sirvió como centro
comercial y de acopio de la producción cafetera de todo el territorio, pues
desde esta plaza el producto debía salir por el camino del Zulia a la ciudad de
Maracaibo y al mundo. Las poblaciones de Chinácota y Salazar soportaban el
creciente campesinado que poco a poco se iba adentrando por las laderas y
estrechos valles andinos del territorio, derribando montaña y sembrando
cafetos. Pero al mismo tiempo servías de primeros mercados y centros de acopio,
especialmente para la compra del grano a pequeños productores. Surtían de
abastos, pulpería, herramientas, vestuario y servicios civiles y religiosos a
las comunidades; por eso puede verse a Chinácota, Salazar y Pamplona como
centros pulsores de la colonización cafetera de las montañas santandereanas
durante el siglo XIX y primera mitad del XX.
Desde Chinácota se pulso no solo la colonización y poblamiento
de Ragonvalia, Herrán y La Donjuana en la cuenca del Pamplonita-Táchira; sino
que sirvió de soporte para el desarrollo agrícola, poblacional e institucional
de Durania, en la cuenca del río Zulia. Lo mismo la ciudad de Pamplona, pues
aunque se encuentra fuera de la cota climática cafetera, sí soportó y apoyó
colonizaciones hacia Cucutilla y Arboledas en la misma cuenca del Zulia, dado
que esas poblaciones han orbitado desde sus orígenes más tempranos en torno a
esa tradicional plaza, la vieja ciudad de Pamplona, sede de gobierno provincial
y del gobierno eclesiástico de todo el territorio. De hecho, la administración
eclesiástica de Pamplona jugó un papel determinante en la institucionalización
y desarrollo de todos los asentamientos, en todos los tiempos; especialmente en
lo concerniente a la erección de parroquias y consolidación de comunidades
rurales.
Desde Salazar de las Palmas se soportaron y pulsaron diversos
poblamientos, todos bajo la perspectiva del café, como los actuales municipios
de Gramalote y Lourdes, además de pequeños asentamientos como Villa Sucre en
Arboledas y el Carmen de Nazareth en el mismo Salazar. Además, con respecto al
papel de Salazar como núcleo pulsor de nuevos poblamientos cafeteros, puede advertirse
cómo estos asentamientos urbanos y campesinos de la cuenca del Zulia están
mucho más distantes de los centros de mercadeo como San José de Cúcuta y
Pamplona, y no contaron con vías de comunicación muy favorables como el
Ferrocarril de Cúcuta que su Línea Sur alcanzó a llegar hasta el caserío de El
Diamante, mas no por ello dejaron de alcanzar y poner en el mercado grandes
volúmenes de producción cafetera, así como un importante crecimiento
poblacional.
6. Los Pueblos Contemporáneos
La expansión cafetera y agrícola del
Siglo XIX, favorecida por el Ferrocarril y la conexión del país con el mercado
mundial a través de Maracaibo, realizó notables modificaciones al espacio, no
sólo por la urbanización de zonas rurales, sino por el trazo de caminos,
construcción de puentes, tala indiscriminada de bosques, roturación de más y
más tierras, incluso colonizando páramos y las hoy llamadas zonas estratégicas.
De hecho también se desarrollaron poblamientos en climas fríos hacia sectores
como Mutiscua, este último erigido como municipio en 1841.
Con respecto a los asentamientos
modernos desarrollados a la vera de los caminos y carreteras, igualmente
relacionados con la actividad agroganadera, son notables El Zulia, en el camino
a Ocaña y Salazar, La Laguna y Berlín en el camino a Bucaramanga; y múltiples
asentamientos veredales que ostentan categorías de corregimientos o
inspecciones de policía, y que configuran una espacialidad poblacional muy
dinámica y transformadora del espacio.
Hoy también se puede hablar de
colonizaciones sistemáticas o desordenadas de extensas zonas forestales como el
Catatumbo, virgen hasta hace poco más de 50 años, pulsadas por la explotación
de hidrocarburos. De esos procesos surge el municipios de Tibú y su amplio
número de corregimientos, algunos de los cuales recibieron otras pulsiones como
los cultivos ilícitos; asentamientos contemporáneos que bien podríamos llamar
los “pueblos del petróleo y de la coca”.
7. A manera de conclusión
Con el
conocimiento adecuado y suficiente en torno a los orígenes y devenir histórico
dado en la constitución, consolidación y desarrollo del actual territorio de
Departamental, los nortesantandereanos tendrán un mejor soporte de su génesis
identitaria. Así pues, al pisar una plaza central de cualquiera de nuestros
actuales asentamientos y entes territoriales se podrá preguntar ¿Cuál es el
origen de esta localidad? Pudiendo responder entonces: es una ciudad española,
un pueblo de indios, una parroquia granadina, un pueblo cafetero o moderno, o
un pueblo contemporáneo. Por ejemplo: Si se está en la plaza Agueda Gallardo de
Villamizar de Pamplona podrás exclamar ¡Ésta, por sus orígenes, es una ciudad
española, fundada en el siglo XVI! Si se encontrara en la “Esquina del Matacho”
de la localidad de Silos, podrías decir: Este es un pueblo de indios en su
origen más remoto, poblado en 1602 y erigido como doctrina formal en 1623. Pero
estando en la plaza central de Ábrego, preguntando por su constitución o
institucionalidad primigenia, se escucharía que devienen de una parroquia
diocesana erigida aún en tiempos coloniales.
Y como estos
casos, si se encontrara en El Zulia, Los Patios o Puerto Santander se
advertiría que son asentamientos y municipalidades creados a la luz del
desarrollo poblacional a la vera de los caminos, en virtud del comercio y
circulación de transportadores y viajeros. Son los pueblos contemporáneos
(siglo XX) de Norte de Santander. Otros motores del poblamiento como el
petróleo originaron los asentamientos del Catatumbo, Tibú y sus corregimientos.
Empero, no solo los municipios actuales tuvieron orígenes específicos en los
momentos del poblamiento tratados en esta obra, sino los numerosos centros
poblados rurales del territorio como San Faustino en Cúcuta, originado en una
ciudad y gobernación española; el caserío de Aspasica en La Playa de Belén,
originado en un pueblo de indios, u Otaré en Ocaña, también devenido de una
doctrina de indios, aunque en realidad su verdadero nombre en la Colonia y
hasta hace poco fue Brotaré. O pueblos cafeteros que no ostentan la categoría
de municipio como Villa Sucre en Arboledas y El Carmen de Nazaret en Salazar de
las Palmas.
Origen e institucionalidad de los asentamientos del
territorio Nortesantandereano
Momento y Categoría
|
Asentamiento
|
Fecha de Institucionalización
|
Nombre Actual
|
|
Ciudades fundadas, Siglo XVI
|
Pamplona de Indias | 1549 | Pamplona | |
Ocaña | 1570 | Ocaña | ||
Salazar de las Palmas | 1583 | Salazar | ||
Pueblos de Indios, Siglo XVII
|
Chopo | 1583, 1602 y 1623 | Pamplonita | |
Chinácota | 1586, 1602 y 1623 | Chinácota | ||
Cácota de Velasco | 1602 y 1623 | Cácota | ||
Arboledas | 1602 y 1623 | Arboledas | ||
Silos | 1602 y 1623 | Silos | ||
Labateca | 1602 y 1623 | Labateca | ||
Santiago | 1643 | Santiago | ||
La Palma | 1788 | Hacarí | ||
Movimiento Parroquial Granadino, Siglo XVIII
|
San Josef del Guasimal | 1734 | San José de Cúcuta | |
Sagrado Corazón de Bochalema | 1757 | Bochalema | ||
Nuestra Señora del Rosario | 1761 | Villa del Rosario | ||
San Cayetano | 1774 | San Cayetano | ||
Ntra Sra de las Angustias de Toledo | 1790 | Toledo | ||
La Concepción de Cucutilla | 1804 | Cucutilla | ||
Sta Bárbara del Llano de la Cruz | 1807 | Ábrego | ||
San Juan Nepomuceno de Chitagá | 1808 | Chitagá | ||
Nuestra Señora del Carmen | 1808 | El Carmen | ||
San Isidro Labrador de Teorama | 1812 | Teorama | ||
Pueblos modernos o pueblos del café, Siglo XIX
|
San Pedro | 1826, 1857 y 1889 | Villa Caro | |
Convención | 1829 | Convención | ||
Mutiscua | 1841 | Mutiscua | ||
Galindo | 1864 | Gramalote | ||
Planadas, Concordia | 1877 | Ragonvalia | ||
San Calixto | 1892 | San Calixto | ||
Cáchira | 1897 | Cáchita | ||
Sardinata | 1906 | Sardinata | ||
Mundo Nuevo | 1911 | Herrán | ||
Córdoba | 1911 | Durania | ||
Lourdes | 1925 | Lourdes | ||
La Playa de Belén (antes Aspasica) | 1930 | La Playa | ||
Bucarasica | 1938 y 1941 | Bucarasica | ||
Pueblos contemporáneos o pueblos de los caminos y
el petróleo, Siglo XX
|
El Zulia | 1959 | El Zulia | |
Los Patios | 1985 | Los Patios | ||
Puerto Santander | 1994 | Puerto Santander | ||
La Esperanza | 1994 | La Esperanza | ||
Tibú | 1977 | Tibú | ||
El Tarra | 1990 | El Tarra |
Fuente: PABÓN VILLAMIZAR, Silvano. Historia del
Poblamiento…
8. Bibliografía
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http://issuu.com/silvanopabon/docs/momentos_del_poblamiento
[1] MARTÍNEZ GARNICA, Armando. Legitimidad y proyectos políticos en los orígenes del gobierno del Nuevo
Reino de Granada Colección bibliográfica Banco
de la República; Santafé de Bogotá, 1992.
[2] AGUADO, Fray Pedro. Recopilación Historial. Bogotá:
Presidencia de la República, 1959. Libro VI. Original Siglo XVI.
[3] PABÓN
VILLAMIZAR, Silvano. Historia del Poblamiento y Construcción del Espacio
hispánico en Pamplona. San José de Cúcuta: Cámara de Comercio, 1996.
[4] AGI, Justicia 561. ff 174-187
Información sobre la Conquista y Poblamiento de la ciudad de Pamplona en el
Nuevo Reino de Granada, hecha por Alonso Rodríguez de Escobar, año de 1551.
[5] SIMÓN, Pedro. Noticias Historiales de
las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales y del Mar Océano.
Bogotá: Banco Popular; 1986. Tomo III. p. 312
[6] PABÓN
VILLAMIZAR. Historia del Poblamiento... Op. Cit. Pág. 20
[7] AGN:
Historia Civil. Tomo 19 ff 782 - 794. Probanza de Servicios del
Capitán Francisco Fernández de Contreras, año de 1572. Publicada en Hacaritama,
números 56 - 60, año de 1939.
[8] RAH, Relaciones Geográficas de Ocaña, 1578. Legajo 9 -
4661. Expediente VI, documento h. Esta relación fue ordenada por Don Lope de
Orozco, gobernador de Santa Marta en 1578, realizada por el cura beneficiado y
regidores del Cabildo de la Ciudad de Ocaña. Publicada parcialmente en
CESPEDECIA y actualmente incluida completa y corregida en una publicación de
todas las relaciones geográficas del Nuevo Reino, preparada por el Dr. Armando
Martínez Garnica y el profesor William Buendía en la Universidad Industrial de
Santander.
[12] SIMÓN, Fray Pedro. Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme
en las Indias Occidentales. Tomo IV. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1981.
Págs. 505-506.
[13] MARTÍNEZ GARNICA, Armando y otros. Las
Categorías Jurídicas del Poblamiento en la región Santandereana. En: Anuario
de Historia Regional y de las Fronteras No. 1. Bucaramanga: Universidad
Industrial de Santander, 1995. Pág. 150.
[14] CODAZZI, Agustín. Geografía Física y Política de la
Confederación Granadina. Volumen V, Estado de Santander. Antiguas provincias de
Vélez, Socorro, Soto, Ocaña, Santander y Pamplona. Bogotá: Universidad
Nacional-Universidad del Cauca, 2004. Pág. 361.
Silvano te agradezco por los aportes en la construcción de nuestra identidad y en la reconstrucción de la historia olvidada de nuestro pueblo. Felicitaciones por el trabajo realizado. Desearía me informaras donde puedo acceder a los documentos que señalan la institucionalización de Chinácota como pueblo de indios. Nuevamente te agradezco. Un Abrazo.
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